El cerebro adolescente y la sobrevaloración del riesgo
“Un día nuestro hijo es alegre, afectuoso y obediente, busca consejo, se viste con ropa que elegimos juntos y me da un beso al volver a casa. La tarea la realiza sin protestar y salimos orgullosos de la reunión de padres.
Luego, en algún momento entre los once y trece años, algo extraño sucede. De la noche a la mañana parece que alguien lo reemplazó por otro; estamos viviendo con un extraño. Ya no podemos decir que es afectuoso y que está dispuesto a lo que le pedimos. Lejos quedaron los días cuando nos pedía consejos y si se nos ocurre ofrecérselo, seguramente seremos ignorados. Ya es un adolescente y después de llamarlo muchas veces a la mañana para que se levante, porque suele quedarse hasta altas horas de la noche con el celular, viene a desayunar con ropa a la cual nos gustaría pon...